Elogio del francés

Martes, 27 de agosto de 2019
Una de las mejores decisiones de mi vida consistió en estudiar francés. No preveía entonces que el mundo cultural y artístico nos sometería a una presión colonial tan potente como la que finalmente ha impuesto el mercado anglosajón. Si lo hubiera sabido, habría reafirmado mi decisión con mejores argumentos de los que tuve entonces. Jugaba en esos días la cultura francesa todavía un papel importante en la España que aspiraba a formar parte de Europa. No era tan imposible como ahora encontrar en las radios algo de música francesa, ver en las televisiones películas de allí de directores de culto o cruzarte con libros y revistas que evidenciaban la capacidad de los franceses para querer comprender al mundo y hasta contener el mundo. Si algo me resulta lamentable de la España actual, es el descenso brutal de personas que se defienden en francés. Se trata de uno de los países más cercanos, cuyo idioma nos invita por el norte pirenaico, pero también por el sur marroquí, a compartir una cultura rica y sorprendente. Mis padres, que no poseían ninguna preparación académica, entendían que aprender idiomas era una ventana virtual, esta sí, y no tantas ventanas virtuales como se nombran hoy en día y que puede que sean virtuales, pero para nada son ventanas; como mucho, muros divisorios. Cuando les dije que quería matricularme en cursillos de francés, les pareció perfecto. La buena suerte es que en las clases de los martes y jueves mis compañeros tenían todos el doble de mis quince años, así que si salíamos a tomar algo siempre invitaban ellos. (…)
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